Por un momento creímos que el Santo Oficio había reabierto sede en Bogotá. Cinco alcaldes —Carlos Fernando Galán (Bogotá), Federico Gutiérrez (Medellín), Alejandro Eder (Cali), Alejandro Char (Barranquilla) y Dumek Turbay (Cartagena)— anunciaron que irían a Washington el 8 y 9 de septiembre a convencer a Estados Unidos de que no “descertifique” a Colombia en la lucha antidrogas. Pecado mortal: representarse a sí mismos… y a sus ciudades.
La herejía: moverse sin incensario presidencial
La misión incluye reuniones con funcionarios del Departamento de Estado y congresistas demócratas y republicanos. Objetivo: que Colombia no pierda la certificación, con todo y sus consecuencias en cooperación, crédito e inversión. Nada extravagante: diplomacia municipal, pragmática y de supervivencia económica.
Pero desde el lejano Japón, el presidente Gustavo Petro dictó la bula: “estos alcaldes no están autorizados para representar a Colombia” y “se exige permiso” para salir del país; además, ordenó iniciar “las acciones que corresponden”. Traducción libre al castellano llano: anatema administrativo.
Réplica de los “herejes”
Gutiérrez, respondió que el Presidente “actúa como un dictador”, que irán y que “no le tienen que pedir permiso para trabajar por sus ciudades”. Turbay subrayó que es una invitación y que hablará por Cartagena, no a nombre del Gobierno nacional. Eder, por su parte, insistió en que invertir en ciudades reduce el riesgo de descertificación y resguarda la alianza con EE. UU. ¡Amén!
El índice flamígero de Torquemada
El paralelo se escribe solo. Tomás de Torquemada, inquisidor mayor, no discutía; certificaba ortodoxias y castigaba desobediencias. Aquí, el Presidente no amenaza con hogueras, pero sí blande el reglamento como crucifijo: permiso previo, monopolio de la voz “legítima” y expediente para quien salga de procesión sin estandarte oficial. Que la misión sea para evitar daños económicos y políticos de una eventual descertificación… detalles; la ortodoxia primero.
La ironía final
Mientras unos alcaldes hacen lobby para que al país no le quiten el sello —esa estampa aduanera que mantiene fluyendo cooperación y confianza—, el Ejecutivo prefiere montar un auto de fe protocolario por “usurpación de voz”. Si Torquemada hubiese tenido Twitter, probablemente habría tuiteado lo mismo: “la ortodoxia la certifico yo”. El problema es que, entre bulas y bullicio, lo que se chamusca no son los “herejes”, sino la imagen de un Estado que confunde autoridad con exclusividad, y patria con patente.