Y se marchó…Renunció Juan Carlos Florián

Colombia terminó el día 17 de septiembre con una revelación que nadie vio venir… salvo el Tribunal, la opinión pública y el sentido común: Gustavo Petro aceptó la renuncia de Juan Carlos Florián al Ministerio de la Igualdad. Sí, ese mismo nombramiento que nació polémico, siguió enredado y terminó en decreto de salida exprés, con encargo inmediato para Angie Lizeth Rodríguez, directora del Dapre. Todo en un solo documento, porque si algo sabe hacer este gobierno es la síntesis burocrática. 

La pieza jurídica dice que “se acepta, a partir de la fecha, la renuncia” del ministro y que se “encarga” del despacho a Rodríguez “sin desvincularse” de su cargo actual. Un multitask institucional de libro: dirigir la Presidencia y, de paso, un ministerio que aún espera que alguien le ajuste el timón. ¿Qué podría salir mal? 

Por si alguien perdió el hilo, la novela venía con un primer capítulo desde la semana pasada: el Tribunal Administrativo de Cundinamarca suspendió provisionalmente el nombramiento de Florián, al considerar que el Gobierno incumplió la ley de cuotas. Según el fallo, el gabinete no alcanzaba el 50 % mínimo de participación de mujeres exigido por ley. Esa coma porcentual —47,36 %— fue más letal que cualquier debate en X (antes Twitter). La matemática, al final, no es opinable. 

El presidente respondió acusando la medida de “inexplicable” y “homofóbica”. Pero el expediente de lo imposible terminó en lo inevitable: renuncia aceptada, ministerio encargado y la promesa de que, en Colombia, la paridad es como el metro de Bogotá: siempre “en ejecución”, nunca plenamente entregada.

El ministerio que no alcanza a ser ministerio

El Ministerio de la Igualdad nació con ambición épica y presupuesto de papel celofán. Desde el inicio ha sido la casa de todos los “planes” pero de pocos “hechos”: un Frankenstein administrativo al que cada semana le cosen una función distinta, mientras la ciudadanía intenta entender qué hace, cómo lo hace y con qué lo hace. En ese contexto, la llegada de Florián, reconocido actor de Porno gay prometía “aire fresco”. Terminó siendo un ventarrón jurídico que cerró la ventana de un portazo. 

Con la encargatura en manos de la directora del Dapre, la señal es diáfana: la igualdad pasa, por ahora, a ser un asunto de ventanilla interna. Y no es un tecnicismo; es un síntoma. Cuando una entidad depende del respirador presidencial para decidir quién firma, rara vez respira por sí misma.

La ley de cuotas, esa aguafiestas

El detalle que mató la fiesta no fue moral ni ideológico: fue contable. La Ley 581 (y su actualización) pide mínimo 50 % de mujeres en altos cargos. El Gobierno se quedó cortó: 47,36 %. Un “casi” que en derecho administrativo vale tanto como un “nunca”. Y cuando la regla está escrita, el Tribunal no se emociona con discursos: solo cuenta cabezas. Resultado: suspensión provisional y, a los pocos días, renuncia aceptada. 

La narrativa del agravio

El libreto oficial insistió en ver homofobia donde había, primero que todo, una suma que no daba. La apelación emocional puede servir para el trino, pero no para el auto judicial. Convertir un problema de paridad incumplida en un combate cultural fue hábil… hasta que dejó de serlo.

¿Y ahora quién dirige la igualdad?

Angie Lizeth Rodríguez, que ya dirige la Presidencia, suma un segundo sombrero. En el papel, continuidad y coordinación. En la práctica, una cartera que vuelve al piloto automático mientras la Casa de Nariño decide si nombra a alguien que cumpla la ley antes que el trending topic. Lo urgente es lo de siempre: aterrizar programas, ejecutar recursos y dejar de confundir “intención” con “gestión”. Aunque, siendo honestos, nada es más colombiano que la encargatura perpetua. 

Mientras tanto, el país sigue coleccionando ministros que duran menos que un ciclo de noticias. Y el Ministerio de la Igualdad, destinado a corregir desigualdades reales, sigue atrapado en desigualdades internas: de poder, de claridad y de tiempo.

La política es timing. Acá hubo cronómetro, silbato y tablero electrónico, pero la jugada terminó en autogol. El decreto lo certifica; el Tribunal lo anticipó; la aritmética lo explicó. Queda, por ahora, la encargatura: ese invento criollo que no resuelve nada, pero evita la foto del vacío. Hasta nuevo aviso… o hasta el próximo decreto. 

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