Sin visa para un sueño…¿Volverán a llamar al cucho?

A Petro le salió caro jugar al agitador en Nueva York. Según informó el Departamento de Estado de EE. UU., la visa de Gustavo Petro será revocada por “acciones imprudentes e incendiarias” luego de que, en plena calle neoyorquina, instara a soldados estadounidenses a desobedecer órdenes. El anuncio —difundido en X— no solo sube varios grados la ya caldeada relación Washington–Bogotá; también inaugura un género diplomático nuevo: el “stand-up” callejero con consecuencias consulares.

Que no se diga que fue por falta de señales. En días recientes, Petro venía empujando el límite con discursos y gestos que tensaron la cuerda con la Casa Blanca versión Trump 2.0. Ya en la ONU, se había permitido acusaciones y exigencias que dejaron a medio hemisferio levantando cejas. Y sí, la prensa estadounidense llevaba varias jornadas midiendo el pulso a un choque que venía cocinándose a fuego alto.

Ahora, al grano: ¿revocar la visa de un jefe de Estado? Inusual, por decir lo menos. Pero el cable es el cable: Washington dio por hecho que las arengas de Petro cruzaron la raya de la libertad de expresión hacia la incitación, y actuó en consecuencia. En diplomacia, las palabras no se las lleva el viento; se las lleva Migración.

La épica del pasaporte sellado

“Sin visa para un sueño” suena a película de sobremesa, pero es el nuevo capítulo de nuestra telenovela binacional. A Petro siempre le gustó la épica: cambiar el rumbo del continente, convocar conciencias, desafiar los dogmas. Esta vez, la épica terminó en trámite consular. Y en materia de realpolitik, no hay metáfora que compita con una notificación de revocatoria.

No es solo el golpe simbólico —que ya es bastante—; son las derivadas prácticas: agendas en Washington que se vuelven Zoom, cumbres que habrá que atender por tercero interpuesto, y una interlocución que, aun si se recompone, tendrá cicatriz. El mensaje a Bogotá es clarito: si quiere pelea retórica, puede tenerla; si quiere acceso, que mida el volumen.

El héroe sin TSA PreCheck

Petro cultivó con devoción la figura del tribuno global, ese que atraviesa fronteras para decir verdades incómodas. Pero si el libreto incluye llamar a la desobediencia de tropas extranjeras en su propio territorio, el plot twist es predecible: seguridad nacional 1 – retórica inflamable 0. En la balanza estadounidense, el orden castrense pesa más que cualquier lirismo bolivariano. Y no hay “spin” que lo salve.

Para colmo, el timing no pudo ser peor. La capital política del mundo, una Asamblea General que amplifica todo y una relación bilateral ya irritada por peleas sobre drogas, migración y sanciones. Si el objetivo era elevar costos a Washington, misión cumplida; si era conservar la interlocución privilegiada… mission aborted.

El costo doméstico

En casa, el guion es de manual: los creyentes verán a un presidente valiente castigado por decir lo que nadie se atrevía; los críticos, a un jefe de Estado que confundió activismo con estadismo y nos cobró—otra vez—su improvisación. El efecto inmediato puede ser polarización con refuerzo vitamínico: Petro capitaliza victimización; la oposición, irresponsabilidad. Todos felices en su trinchera.

Pero la política exterior no es un ring para likes. Es una red de intereses donde el país paga las cuentas de los arrebatos del gobernante de turno. Y cada frontera que se cruza con megáfono en mano se devuelve con un sello menos en el pasaporte.

¿Y ahora qué?

Daños y control. La Cancillería tendrá que retirar el megáfono y desempolvar el manual de crisis: pedir aclaraciones, explorar canales, ofrecer garantías de que las arengas no se repiten. Traducido: realismo mágico, sin lo mágico, o incluso “llamar al cucho”

Puentes discretos. Empresarios, Congreso y gobernadores —los que no están de campaña permanente— harán de parapeto para que no se congele todo. El lobby no se hace con hilos de X. Lo que de nuevo no lleva, a “llamar a cucho”.

Lecciones ¿aprendidas?. Un presidente puede ser vehemente; no puede invitar a soldados de otro país a desobedecer. Eso, en cualquier idioma, suena a incendio. Y cuando el Departamento de Estado dice “incendiario”, no habla de metáforas…Finalmente, ni un Brayan se atrevió a tanto.

La diplomacia es el arte de tragarse sapos con cubiertos de plata. Petro eligió lanzarlos desde la vereda de Midtown como si fueran confeti. El resultado está a la vista: “sin visa para un sueño”. Y si el sueño era liderar la conversación global desde Manhattan, tocará despertarse en El Dorado, mirar a la cámara y ensayar otra épica: la de reparar lo que uno mismo rompió…“llamando al cucho”

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